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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Ahuyentando fantasmas


Ahuyentando fantasmas
Consideraciones en torno al hecho de ser artista en el mundo de hoy (a orillas del Ebro)


Paco Rallo
12 de Octubre de 2008


Como un homenaje particular, recojo como título general para este breve ensayo, el homónimo a la exposición del gran artista neoyorquino Jean-Michel Basquiat, que pude disfrutar recientemente en la muestra organizada por la fundación Marcelino Botín de Santander, en la cual se presentaron 45 excelentes obras correspondientes a su periodo de producción entre 1981-1988; año éste último en que muere trágicamente por sobredosis de opiáceos y cocaína, con tan sólo 27 años. Algunas de las obras expuestas en esta muestra, «Ahuyentando fantasmas» de Basquiat, entre ellas especialmente «Eroica II, 1988», me recordaron vivamente a ciertos trabajos del artista zaragozano Manolo Marteles realizados a mediados de los setenta, periodo en que el aragonés militaba, al igual que yo, dentro del Grupo Forma (1972-1976). Este recuerdo se concentró, muy específicamente, en su obra «Down Among the sheltering palms (b), 1975»,  perteneciente a una época en la cual Marteles desarrollaba con total libertad como artista y como escritor su parte más creativa, incorporando textos y collages a esas pinturas tan características suyas, realizadas sobre heterogéneos y sorprendentes soportes: puertas de panel, papeles de todas clases, pintados con esmaltes sintéticos o enriquecidos conceptual y formalmente con textos manuscritos de bolígrafo, etc, etc. La proximidad del espíritu de estas obras me lleva al convencimiento de que, en caso de haberse conocido, ambos artistas se hubieran llevado estupendamente.


De arte y artistas

                                                            Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser artista.
                                                                                                                              Oscar Wilde

Esta misteriosa analogía entre obras y artistas separados en el espacio y en el tiempo y, sin embargo, unidos por un imperceptible hilo de afinidades –¿espirituales?–, me ha dado pie a reflexionar, primero in mente y, más tarde por escrito, sobre la misteriosa proximidad que a menudo existe entre los artistas plásticos o visuales, aún a pesar de las diferencias de tiempo y lugar. Desde que se forjara hace siglos, Aragón puede presumir de ser cantera de numerosos e importantes artistas y de aportar al mundo relevantes figuras que han enriquecido, y revolucionado en ocasiones, el arte universal. A este respecto, no hace falta que cite nombres por todos conocidos. La muestra colectiva «Rarezas de Artista», que se presenta en el claustro del monasterio nuevo de San Juan de La Peña (Huesca), magníficamente recuperado como hospedería por el Gobierno de Aragón, es un ejemplo de exposición con obras de artistas aragoneses actuales comprometidos, con una calidad indiscutible en sus propuestas y perfectamente exportable a cualquier parte del mundo.

En cierta ocasión, hablando de arte con el también zaragozano, artista y amigo Sergio Abraín, coincidíamos ambos en que no es posible apreciar una gran diferencia entre el trabajo que vienen realizando los artistas de cualquier gran capital del mundo, y el que se realiza en nuestra comunidad. Y es que resulta obvio el hecho de que las diferencias que puedan existir, no son en realidad de índole artística, sino que radican en esa carencia crónica de iniciativa privada que nos aqueja, y en esa indiferencia institucional que padecemos, con una casi inexistente política cultural que, muy al contrario de cumplir el papel que debería -ayudar, promocionar y defender a nuestros artistas plásticos y visuales, realmente y en la práctica– se evade en exposiciones de relumbrón, engalanadas con el sospechoso brillo de todo lo que llega de fuera; este último punto supone una inquietud generalizada entre nuestros compañeros de fatigas, el gremio de los artistas plásticos. Como, también, el preocupante hecho que no estamos de moda –no interesamos–, mientras se promocionan en mayor medida otras artes hermanas, como las escénicas y musicales, o, en general, el mundo de los escritores… ¿deben ser, por tanto, estas artes más “políticamente correctas”? Tal vez el problema principal radique en la falta de unión gremial que nos empeñamos en mantener entre nosotros mismos, los propios interesados; una unión tan básica de cara a impulsar cualquier reivindicación, por mínima que sea. Vergonzoso es que Zaragoza -la quinta ciudad española- no tenga una política de compras, de adquisiciones de obras artísticas para espacios urbanos y, sabido es por todos, como se conceden y adjudican este tipo de proyectos demenciales que van poblando nuestras calles y avenidas, como a la chita callando, de verdaderas aberraciones pseudoescultóricas. Obras, en numerosas ocasiones ni siquiera proyectadas por artistas, sino por los propios burócratas que manejan los fondos a su antojo. Mientras... nadie protesta. Pero aún podemos seguir indignándonos, recordando la carencia de una facultad de Bellas Artes en Zaragoza, la lamentable situación de que nuestras instituciones no sean capaces de crear un centro de Arte Actual y vivo, mientras, en cambio, otras ciudades mucho más pequeñas que la nuestra lo tienen y mantienen, siendo referentes especializados en diversas parcelas de nuestro arte; un problema mucho más reciente –tal vez la demostración más palpable de esa minusvaloración que estamos recibiendo a todos los niveles–, ha sido la ignorancia y el mal trato dado a los artistas aragoneses durante la pasada Exposición Internacional Zaragoza 2008…

Así, se da la paradoja de que, mientras nuestro espíritu está próximo, nuestros problemas son muy diferentes a los de otras partes del mundo desarrollado. Aquí, en Aragón, se está muy lejos de ese gran negocio que mueve el mundo del arte en términos económicos, de la gran riqueza que genera a la sociedad en que participan sus diferentes sectores empresariales, comerciales e institucionales, creando numerosos puestos de trabajo especializado. Aunque en este esquema imperante los menos beneficiados seamos siempre los artistas, a los cuales, para mayor sarcasmo, una parte de la sociedad nos considera como verdaderos parásitos… ¡Estamos jodidos!.. como dijo la novelista francesa de origen ruso, Elsa Triolet: «Crear es tan difícil como ser libre».  


Excitación y soledad durante el acto de creación
                                                                     

                                      El pintor es el artista que toma más decisiones 
por minuto mientras trabaja.
                                                                                                                          Antonio Saura

En nuestro trabajo cotidiano, los artistas disponemos del tiempo de una manera muy personal.  A la generalidad de la gente, le resulta difícil comprender nuestros horarios, caprichos o manías, la preparación ritual que necesitamos para estar receptivos en la hora mágica en que el acto creativo sucede. El escultor rumano Constantin Brâncusi declaró, «Las cosas no son difíciles de hacer, lo que es difícil es ponerse en situación de hacerlas». La verdad es que, como cualquier otro trabajador, debemos protegernos y asumir ciertos riesgos mentales y físicos, en una labor que puede llegar a ser tan extenuante, como obsesiva o excitante. Muchos, al no estar sometidos a la rutina, ni seguir los dictados del calendario o el reloj, dependen de su estado de excitación y soledad para que su proceso de creación obtenga éxito. Diríamos que… se quedan suspendidos… Y pueden pasar días y noches de trabajo sin descanso, olvidándose del entorno que les rodea; los hay que necesitan tomar estimulantes, que fuman un cigarrillo tras otro –en los estudios no impera la ley antitabaco, ni muchas otras normas– o incluso beben de una manera compulsiva… Aunque, en realidad, podemos encontrarlos de todas las tipologías: metódicos, raros, maniáticos e incluso los que han hecho de su trabajo una factoría como fue la de Andy Warhol…

En el mundo íntimo de los artistas los abusos suelen ser muchos. El grado de excitación que provoca el estar trabajando durante horas puede llevar al hedonismo, pero también al sufrimiento, al cansancio, a la angustia o al nerviosismo extremo. Muchas veces el suicidio, el infarto, el cáncer de pulmón, las drogas, el sida o incluso la locura, esperan a la vuelta de la esquina. ¡Son muchos los caídos por la causa!. Es el único pago al divino regalo de la creatividad. Mi «hermano» el pintor Enrique Trullenque, pensaba que «La pintura es un acto solitario en mundo de seres solitarios»; realmente, en este trabajo se necesita mucha concentración, que sólo se consigue en soledad; por eso decíamos que hay que prepararse para el ritual, absorber y digerir mucho y muy variado, del mundo de las formas y de la propia vida, antes de que suceda: experiencias intensas, iconos e imágenes ajenas de artistas preferidos, imágenes propias, libros de consulta, materiales de trabajo… Y, según cada artista, esto se puede aderezar con bebidas –aquí entran todas las posibilidades a elegir, desde las frías con hielo, a las más calientes–, todo tipo de estimulantes, la compañía de la música –según gustos– o incluso la voz amiga de una emisora de radio que por la noche ayude a soportar mejor las horas. Conozco a algunos que cuentan con un animal de compañía que les ayuda a conectar con la realidad y la calidez de la vida, como para establecer virtualmente esa necesaria proximidad con la naturaleza, de la que no participan enclaustrados en su estudio como están.

Como profesionales, nuestro compromiso no finaliza después de crear las obras y almacenarlas. Muchas veces estamos obligados a viajar para promocionarnos y abrir nuevos mercados, a asistir a eventos sociales y exposiciones, y a elaborar nuestro discurso con coherencia y altura intelectual. Además, están los sempiternos pequeños problemas y gestiones del día a día que es preciso resolver, que no es muy compatible con nuestra tendencia general a ser caóticos y despistados… Aunque parezca lo contrario, la nuestra es una vida saturada de sacrificios y de satisfacer voluntades ajenas, para ser después, muchas veces, juzgados con ligereza por el advenedizo o caprichoso de turno, cuando no estafados, o esquilmada nuestra producción por cantamañanas o mercaderes sin escrúpulos, que hay bastantes en este mercado... Pero resistimos heroicamente, todo lo soportamos con una dignidad de verdaderos «Príncipes de la Creación», que es lo que realmente somos, según definición de Joan Miró.


Estados de ánimo y su reflejo en la obra

                                             Un cuadro en un museo probablemente
 oye más comentarios necios
que ninguna otra cosa en el mundo.
 Edmond y Jules de Goncout


El acto creativo esta fuertemente condicionado por el estado de ánimo en que se encuentre el artista en el preciso momento en que la creación surge, e influirá decisivamente en el resultado final de la obra. Es bien sabido que solemos ser sensibles y analíticos, muy intuitivos, e interpretamos la vida como lo hacen los chamanes; también es destacable la tendencia obsesiva –e incluso paranoica– de algunos con lo cotidiano, lo que les lleva a adelantarse a los acontecimientos: nuestra historia del arte más reciente está llena de ejemplos. Los grandes temas que el colectivo trabaja desde siempre en sus obras son los grandes temas de la vida, que es lo que nos gusta: entre otros muchos, el amor, el sexo, la muerte, la espiritualidad, lo cotidiano, el pensamiento científico, histórico, cultural, filosófico y metafísico. En definitiva somos como esponjas, observadores y curiosos de todo lo que late o exhala un poco de vida a nuestro alrededor.

Nos entusiasman los nuevos retos, como un cambio a un estudio más grande y luminoso, un encargo específico, una exposición individual o colectiva a realizar… Pero lo que más nos excita es cualquier cambio hacia propuestas nuevas en nuestra obra, la experimentación en nuevos materiales y soportes… Es importante que la obra repose, olvidarla durante un tiempo para poder analizarla más tarde con mayor equidad. Tras este periodo de “cuarentena” a veces decidimos destruir las obras que no emocionan, que no trasmiten lo suficiente, para mostrar al público sólo lo mejor de la producción.

«Hay millones de artistas que crean; sólo unos cuantos miles son aceptados o, siquiera, discutidos por el espectador; y de ellos, muchos menos todavía llegan a ser consagrados por la posteridad». Esta frase de Marcel Duchamp, que tiene la contundencia de un epitafio, es tan real que casi entristece el decirla. Es cierto que el arte está en constante revisión y que grandes artistas, durante siglos olvidados, son rescatados por generaciones posteriores siendo posicionados en su tiempo. Suena a consuelo pero sucede. Como también sucede lo contrario y algunos que fueron ensalzados en su momento caen en el sueño de los justos. Porque, como señalaba el maestro surrealista Max Erns «El arte no tiene nada que ver con el gusto. No existe para que se le pruebe»,



Pasión gremial y oficio


Cuando comienzas una pintura es algo que está fuera de ti.
Al terminarla, parece que te hubieras instalado dentro de ella.
Fernando Botero


Con el paso del tiempo, el artista va adquiriendo un progresivo conocimiento de su oficio, llegando a dominar los diversos y variados materiales, soportes y herramientas específicos de su trabajo, disfrutado en las diferentes fases del proceso creativo, como un verdadero alquimista de los tiempos modernos. Para desarrollar adecuadamente esta compleja actividad que es el arte, lo natural es que se tenga estudio propio o, menos corrientemente, llegar a compartir el espacio de trabajo con otros compañeros. Estos talleres de artista suelen tener un gran encanto para el profano y, aunque cada uno de ellos tiene por supuesto su forma y su “historia” particulares, puede establecerse una estructura evolutiva “tipo”, que podría aproximarse a la de la siguiente descripción: en los comienzos, el artista incipiente suele emplear una habitación de la casa donde vive con sus padres; después pasa por las famosas buhardillas y otros diversos espacios, hasta poder acceder a la situación ideal para la inmensa mayoría, que es la de contar con un local propio y grande o, mejor aún, con una nave industrial. Estos espacios creativos recuerdan mucho a esos grandes desvanes repletos de cachivaches y de polvo, con grandes mesas siempre llenas de papeles, revistas, libros…todo ello mezclado con bocetos y proyectos en marcha, y otros variados objetos inenarrables que nadie sabe para qué sirven, pero allí están. Al final, siempre falta sitio y se acaba instalando el laboratorio de trabajo en un reducido espacio, una especie de “hueco” creativo donde se puedan experimentar las ideas, no importa si son posibles o imposibles. Muchos artistas son coleccionistas, pero sin serlo –aunque esto parezca una perogrullada– porque su finalidad no es la misma que la de aquellos. En su momento, sabrán encontrar la posible utilidad de todo lo atesorado siempre en relación con su creatividad o, simplemente, compartirán su vida con estos objetos durante años, en muda compañía: los objetos también saben hablar a quien conoce su misterioso lenguaje. Aunque, los hay maniáticos con el orden y la limpieza, éstos son los menos, y en los estudios predomina un “caos controlado” que cada uno viste con su peculiar personalidad. El pintor muralista ruso-mexicano Vladimir Kibalchich nos recuerda que «El pintor no usa palabras, usa materiales, trabaja el sentimiento con la mirada y el cerebro. El color es un lenguaje, como la música».

Nunca he llegado a saber exactamente por qué extrañas razones los artistas tenemos tendencia a trabajar en grandes formatos, si todo está en contra: económicamente son una ruina, son más problemáticos de realizar y más difíciles de comercializar. Tal vez lo que sucede es que el artista percibe como un gran reto el gesto de dominar las grandes superficies, porque éstas no le constriñen y le permiten una mayor libertad creativa. También cuenta el ego, por supuesto, que queda mucho más satisfecho tras ganar la lucha en un gran campo de batalla. Pero, al final, la realidad se impone y resulta que estos grandes formatos están destinados, por lo general, a ser almacenados por muchos años, a la espera –la esperanza es lo último que se pierde– de una gran exposición que revise la producción de una vida entera, ya al final de los días. O, como sucede casi siempre, en alguna exposición póstuma que, para el propio interesado, siempre llega demasiado tarde. Leonardo da Vinci nos dice de la muerte «Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte».


Vanagloria como protección

No es necesario creer en lo que dice un artista, sino en lo que hace.
 David Hockney


Narciso, enamorado de su hermosura, y Baco, anfitrión festivo hasta el infinito, son dos señas de identidad sagradas para los artistas. Como Narciso, el creativo suele ser vanidoso porque su trabajo es extraer belleza de donde nada hay, como reflejo de sí mismo. Pero, a menudo también, tiene la autoestima algo desmesurada, quizá como un escudo de protección ante un entorno que le es hostil. Cuando el ego se le dispara mucho, puede convertirse en una situación incómoda o irritante para los demás. Por su formación e intuición vive con intensidad, celebra la vida como Baco, llevándola al límite como si fuera su último día; necesita sentirse vivo: tiene la virtud de adaptarse a lo que posee –que suele ser más bien poco– pero vivirlo con gran intensidad. Ama y sufre con la misma pasión. Es un estupendo compañero de viaje, sentimental hasta la médula, infiel por naturaleza, amigo de sus amigos y sibarita de todos los placeres, incluso del de la mesa… Recuerdo que cuando conocí a Pedro Tramullas, uno de los mejores artistas que yo he tratado –y son muchos los que he conocido– al que adopté como mi hermano mayor, me comentó que estando en la facultad de Bellas Artes de París, en torno al año del famoso mes primaveral, trabajaba en un restaurante sólo un día a la semana, como complemento a su precaria economía. Un día a la semana era el encargado de reparar lo mejor de la cocina española (tortilla de patata, paella, chipirones al vino rancio…). Los otros seis, los cubrían otros seis artistas de diferentes nacionalidades; cada día podían cambiar así de menú, tansformando un simple restaurante en un verdadero tour de cocina internacional. Siempre me pareció ésta una idea brillante que decía mucho de la inteligencia y sensibilidad del dueño de este negocio parisino, que había sabido advertir que el artista es tan creativo en su obra como puede serlo en los fogones. Porque, al fin y al cabo, el oficio es cocina y alquimia. Tristemente, con los años, ese continuo excederse pasa factura. Pero, ¿quién quiere perderse este canto a la libertad y al disfrute de los placeres mundanos que es para muchos de nosotros la vida, la única existencia que –sepamos– nos ha tocado en suerte vivir? La intensidad de la vida de los artistas, incluso cuando mueren jóvenes, es como un triple que la de cualquier otro profesional.

Y aquí, con este revivir el goce de la vida, pongo punto final a este escrito. Muy personal y –espero–, representativo al mismo tiempo del mundo más íntimo de esta colectividad llena de peculiaridades y rarezas, pero humana, muy humana, que somos los artistas. Aprovecho antes de despedirme, para recordar a mis amigos pintores que tristemente me faltan, que ya se fueron: Enrique Trullenque, Antonio Fortún, Pepe Ocaña, Pepe Ortega, Víctor Mira, Ángel Maturén, Vicente Pascual Rodrigo… y especialmente a mi padre el escultor Francisco Rallo Lahoz. A todos ellos, de los que tanto me acuerdo, les dedico esta frase de la actriz californiana Tiffani Amber Thiessen: «El requisito definitivo para la grandeza de un artista es su propia muerte». 


Rallo, Paco: «Ahuyentando fantasmas», en el catálogo de la exposición Rarezas de artista, Turismo de Aragón, Gobierno de Aragón, 2008, pp. 27-37. Comisario: Manuel Pérez-Lizano.

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