Los Cheyennes
En una parcela de la calle Nuestra Señora de Begoña, situada en el barrio de Delicias, concurrían unos cincuenta jóvenes entre chicos y chicas, de edades comprendidas entre quince y veinte años, con el fin de organizar guateques. Pagaban una entrada de treinta pesetas (0,18 euros) que les daba derecho a escuchar música muy avanzada para el momento y bailar, al ritmo de los altavoces de un tocadiscos portátil «Dual» —conviene recordar que la base aérea americana de Zaragoza era el único sitio en la ciudad de donde se podían sacar o conseguir discos con la música más moderna—. Esta veterana parcela, como otras de la época, conserva en mi recuerdo un interiorismo más bien precario, cutre, poco atractivo, con luz tenue que pasaba del rojo pasión a la oscuridad con destellos de espejos, mobiliario de diversas procedencias y estilos, que estaría entre el «remordimiento» y el «baturroco». En ese ambiente, donde los chicos eran trabajadores de distintos gremios y las chicas de clase acomodada de la ciudad, se realizaron estos guateques que solían terminar en orgías de alcohol, sexo y drogas.
Nos situamos en el mítico año de 1968, que sigue dando mucho que hablar. En la retina, la tremenda represión de la URSS en la primavera de Praga y la consiguiente ocupación del país con doscientos mil soldados y cinco mil tanques; las revueltas estudiantiles del mayo parisino en el Barrio Latino, con barricadas y batallas urbanas contra las cargas de la policía; la huelga general seguida por diez millones de trabajadores franceses… La Zaragoza vigilada de finales del sesenta y ocho, provinciana, casposa, gris, meapilas, militarizada, llena de curas y monjas, se despertó con una fuerte conmoción ante semejante noticia, la de los Cheyenes, publicada en el Heraldo de Aragón, que para mí fue una las más importantes y «modernas» del año. Hubo quien pensó que la ciudad se estaba convirtiendo en una de aquellas urbes del antiguo testamento que acababan sepultadas por la ira de Dios: los grises detuvieron a cerca de cuarenta jóvenes, la mitad de los cuales eran chicas, cuyas identidades fueron ocultadas por pertenecer a familias conocidas de la ciudad, y el resto, un conjunto de chicos anónimos de los que, como eran obreros, no se dudó en publicar sus fotos y sus nombres, para escarnio público. Cuando leí esta noticia con trece años, me impactó y siempre la he recordado con agrado, incluso he conocido posteriormente a dos de aquellos jóvenes protagonistas de los hechos, Jesús y Alfonso, que siguen siendo progresistas y avanzados.
Rallo, Paco: «Espacios y actitudes. Jóvenes en busca de la libertad. 1968-1975»,
en el libro Zaragoza Rebelde. Movimientos sociales y antagonismos, 1975-2000,
Colectivo Zaragoza Rebelde, 2009, pp. 487- 490.
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