Paco Rallo
Huesca 29 de marzo de 2008
Espacios y actitudes.
Jóvenes en busca de la libertad. 1968-1975.
Zaragoza, 1975.
Esta fecha nos posiciona en la muerte del dictador. Un mes antes de este hecho
histórico, yo había terminado el servicio militar obligatorio, estaba a punto
de concluir cuatro años de intenso trabajo con el grupo Forma y era invitado a participar en exposiciones importantes;
también había disfrutado de una beca de estudios que el gobierno italiano me
había concedido dos años antes en la Universidad de Bolonia, en la sede de
verano que tiene en Rímini, hermosa ciudad bañada por el mar Adriático. Había
viajado por distintos territorios, conocido ciudades tan emblemáticas como
París, y sólo tenía veinte años. Aún era menor de edad.
A continuación,
propongo al lector cuatro relatos cortos o “escenas de costumbres” y un epílogo
sobre como transcurrieron aquellos intensos 20 años nuestros en la puritana y
triste ciudad de Zaragoza, en la década de los 70 del siglo XX. Son relatos que
se centran en el tardo-franquismo y surgen como homenaje a aquel relevo
generacional que aspiraba simplemente a vivir en libertad, a todos aquellos
jóvenes inquietos que lo pasamos realmente mal durante el tiempo que nos tocó
vivir en medio de un marco represivo, sometido a muchas carencias. Lo
importante es que supimos vivir el momento con la intensidad y coherencia que
merecía, siendo fronterizos con todo aquello que se nos prohibía, precisamente
por eso mismo; nuestra generación fue valiente en la lucha por las libertades,
abriendo el camino a lo que era irremediable: el advenimiento de la soñada
democracia.
Los Cheyennes.
En una parcela de
la calle Nuestra Señora de Begoña, situada en el barrio de Delicias, concurrían
unos cincuenta jóvenes entre chicos y chicas, de edades comprendidas entre
quince y veinte años, con el fin de organizar guateques. Pagaban una entrada de
30 pesetas que les daba derecho a escuchar música muy avanzada para el momento
y bailar, al ritmo de los altavoces de un tocadiscos portátil «Dual»,–conviene
recordar que en la base aérea americana de Zaragoza, era el único sitio en la
ciudad donde se podía sacar o conseguir discos con la música más moderna–. Esta
veterana parcela, como otras de la época, conserva en mi recuerdo un
interiorismo más bien precario, cutre, poco atractivo, con luz tenue que pasaba
del rojo pasión a la oscuridad con destellos de espejos, mobiliario de diversas
procedencias y estilos, que estarían entre el “remordimiento” y el “baturroco”.
En ese ambiente, donde los chicos eran trabajadores de distintos gremios y las
chicas de clase acomodada de la ciudad, se realizaron estos guateques que
solían terminar en orgías de alcohol, sexo y drogas.
Nos situamos en el
mítico año de 1968, que sigue dando mucho que hablar. En la retina, la tremenda
represión de la URSS en la primavera de Praga y la consiguiente ocupación del
país con 200.000 soldados y 5.000 tanques; las revueltas estudiantiles del mayo
Parisino en el Barrio Latino con barricadas y batallas urbanas contra las cargas
de la policía; la huelga general seguida por 10 millones de trabajadores
franceses… La Zaragoza vigilada de finales del 68, provinciana, casposa, gris,
meapilas, militarizada, llena de curas y monjas, se despertó con una fuerte
conmoción ante semejantes noticias, publicadas en el Heraldo de Aragón, que pienso fueron las más importantes y
“modernas” del año. Hubo quien pensó que la ciudad se estaba convirtiendo en
una de aquellas urbes del antiguo testamento que acababan sepultadas por la ira
de Dios; “los grises” detuvieron a cerca de cuarenta jóvenes, la mitad de los
cuales eran chicas, cuya identidades fueron ocultadas por pertenecer a familias
conocidas de la ciudad, y el resto, un conjunto de chicos anónimos de los que,
como eran obreros, no se dudó en publicar sus fotos y sus nombres para escarnio
público. Cuando leí esta noticia con 13 años, me impactó y siempre la he
recordado con agrado, incluso he conocido posteriormente a dos de aquellos
jóvenes protagonistas de los hechos, Jesús y Alfonso, que siguen siendo
progresistas y avanzados.
Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de
Zaragoza.
Coincidí en este
antiguo edificio, que había sido pabellón durante la exposición Hispano
Francesa de 1908, construido para acoger la Escuela de Artes, con los que iban
a ser mis compañeros de viaje y miembros del grupo Forma, los pintores Manuel Marteles, Fernando Cortés y Paco Simón.
También con otros artistas que estuvieron cercanos a nosotros y que fueron
cómplices de nuestras acciones, manifiestos, happenings y propuestas plásticas…
me refiero al pintor José María Blasco Valtueña y al escultor vasco Iñaki
Moreno Ruiz de Eguino.
Esta escuela
contaba con un profesorado perezoso, fiel a un sistema de enseñanza
absolutamente decimonónico, con registros muy cercanos a Falange, Sección
Femenina y Acción Católica; alguno de los profesores –los más vagos eran los de
mayor rango- se dedicaban a pasear por las clases, baboseando con las alumnas y
dejando la responsabilidad de la formación a unos jóvenes “penenes” en busca de
un puesto de trabajo fijo; éstos daban las clases con gran dedicación,
aplicando sin piedad la doctrina que les imponían. ¡Cuanta hipocresía! En
clase, mano dura; en la calle, colegas exponiendo juntos. No les guardo rencor.
Los profesores mayores, hijos del régimen, utilizaban la escuela y sus
instalaciones a su antojo, disponían gratis total de talleres de trabajo dentro
del edificio, en el centro de la ciudad y con plaza de aparcamiento incluída.
Asimismo, había un pequeño grupo de maestros con ganas de trasmitir sus
conocimientos. A estos sí que les teníamos respeto.
Una de las muchas
acciones-protesta que realizamos los del grupo Forma, de gran belleza ecológica y conceptual, la preparamos en la
amplia aula de modelado. En el otoño de 1972, una gran pila de hormigón a modo
de bañera alojaba unos mil kilos de arcilla, que se empleaban para realizar los
ejercicios de modelado, según el curso; tres ciclos coincidían en el mismo aula
a diferentes horas, y todos los alumnos de la escuela la utilizábamos. La
acción conceptual se planteó como protesta al sistema educativo cursi,
anticuado, que reprimía nuestras iniciativas creativas; la operación fue
meditada, siendo muy conscientes de lo que iba a suceder y de las consecuencias
que para nosotros podía acarrear. Una tarde, al finalizar la última clase de
modelado, vertimos el contenido de una caja de alpiste para pájaros en la pila
de arcilla y ¡a esperar unos días a que las semillas germinasen!. La clase
terminó por convertirse en un vergel: de los cerca de cien ejercicios
comenzados por los alumnos (hojas, adornos, orejas, manos, pies, caras,
cabezas, torsos, estatuas… que cada alumno modelaba, teniendo como referente un
modelo en escayola para copiarlo) brotaban sin parar por todas partes de mijo germinado.
¡Fue un espectáculo maravilloso el ver toda esa surrealista carnicería de
fragmentos humanos de barro, llena de brotes verdes!. El aula se convirtió, por
unos días, en un jardín conceptual de los Forma.
Rubim António de Jesus.
Siempre
recuerdo a mi amigo portugués Rubim que salió huyendo de su país natal, donde
lo habían reclamado para ir a la guerra colonial de Angola. Vicente Pascual
Rodrigo, lo acababa de conocer; el único hippy
que pudo encontrar Rubim por las calles de Zaragoza en la primavera del 73, fue
precisamente a Vicente, que era menudo, con melena, chupa de cuero negro,
collares y pulseras…perfecta estética de tribu urbana que Rubim reconoció de
inmediato como única posibilidad de ser comprendido y ayudado en una ciudad
extraña. Hablaba sólo portugués; con collar de cuero del que colgaba el
inconfundible símbolo dentro de un círculo de hierro, repetía el famoso slogan
de “haz el amor y no la guerra”. En estancias que duraban desde unos días,
hasta algunos años, sus “veranos” los pasaba en las islas Pitiusas; Vicente me
lo traspasó sutilmente, pidiéndome que los Forma
lo acogiéramos en el estudio durante unos días; nuestro estudio era
bastante grande, y él no puso reparos al reconocer mi estética: fue, como en el
juego de la oca, de hippy a hippy… Rubim se convirtió en otro
miembro más del grupo; se movía con nosotros por todos los sitios, compartíamos
con él el gusto por la música y el estado alterado de consciencia. Finalmente,
llegamos a tener problemas con la policía, que nos vigiló durante algún tiempo
sin nosotros enterarnos de nada; al parecer, estaba bastante mosqueada con
nuestro estudio, pues era un continuo entrar y salir de extranjeros. La razón,
un anuncio publicado en la sección gratuita de información de interés de la
prestigiosa revista Ajo Blanco, donde
aparecía nuestro estudio de la calle Santa Cruz cómo “comuna internacional”.
Nunca supimos quien tuvo aquella genial idea. En las fichas de la policía los
miembros del grupo estábamos etiquetados como «gente extraña, de índole hippy que no se les conoce ideología
política, que viven en una especie de comuna internacional». ¡Genial! Menos mal
que ya no conservábamos la ciclostil o “vietnamita” para imprimir octavillas
clandestinas que habíamos guardado mucho tiempo a otros amigos. Si no, seguro
que hubiéramos acabado todos en el trullo.
Ortopedia “La Francesa”.
Regentada
por un valenciano llamado Juan Furío, estaba situada en el centro histórico de
la ciudad, en la calle 4 de agosto, número 19, a pocos metros del maravilloso café
cantante “El Plata”, que era frecuentado por una gran diversidad de
personalidades, un extraño conglomerado de jubilados, soldados, seminaristas,
putas, chulos, carteristas, bujarrones, chachas, taurinos, futboleros,
enfermeras, universitarios, agricultores, ganaderos, viajantes, artistas y
también gente de orden… en definitiva, una maravilla de convivencia, un templo
por todos respetado. Muchos de los que allí acudían, conocían
perfectamente la ortopedia la Francesa y fueron sus mejores clientes, al poder
suministrarse con facilidad allí de tan apreciado producto como era entonces un
simple condón y publicitarlo de boca a oreja. El método fomentado en la época
por el régimen, y bendecido por el papa romano, era el de Ogino-Knaus, también
llamado de temperatura basal, que no funcionaba casi nunca y era seguido con
verdadera disciplina, entre otros, por los devotos lectores del libro Camino.
Este
pequeño establecimiento era uno de los pocos sitios de Zaragoza donde se podía
ir a comprar preservativos o profilácticos con total libertad. La moral de la
época no permitía que se vendieran con normalidad en ortopedias o farmacias. El
régimen franquista fomentaba el tener familia numerosa con un montón de hijos,
y arengaba a los matrimonios por medio de sus aparatos de propaganda con
múltiples reportajes y documentales en el cinematográfico Nodo, por todo el
país. Aún recuerdo su pequeño escaparate en la calle, con algunas muestras de
productos expuestos en plan despiste -polvo incluido-, guantes, tijeras, vendas,
esparadrapo…Pero el propietario sólo vendía en su ortopedia condones. Hombre de
cara afilada, con bata azul y poco hablador, por ser bastante sordo, se
establecía con él una comunicación más por señas que estrictamente verbal: las
manos hablan y él las sabía interpretar a la perfección: mirabas en el pequeño
mostrador las muestras y el precio, movías las manos y, de una manera casi
ritual, cogía el papel que tenia cortado para envolver el producto comprado, lo
recogía todo con una goma elástica, pagabas religiosamente y....a seguir ruta.
Los envoltorios, de diferentes medidas, estaban apilados en resmas de pequeñas
hojas cortadas, aprovechadas de periódicos atrasados. Un ejemplo de conciencia
ecológica.
Epilogo a modo de homenaje.
Estas pequeñas pero intensas
vivencias, están contadas con sinceridad, desde la madurez y la serenidad que
otorga la distancia, sin querer molestar a nadie. Reflejan situaciones que en
la actualidad pueden parecernos ridículas y poco creíbles, pero que en su
momento eran muy reales, como el hecho de que, cómo comentaba al principio, la
mayoría de edad se les reconocía oficialmente a los hombres a los 21 años y, a
los 23, a las mujeres. La libertad parecía entonces un sueño inalcanzable.
Mi generación ha sido experimental,
transgresora, fronteriza, desencantada y víctima de su propia debilidad.
También ha estado marcada por muchas muertes de jóvenes, arrastrados por
situaciones dramáticas: drogas, sida, alcohol, suicidios, accidentes, y otras
enfermedades diversas …Valga este texto como recuerdo a unos creadores con los
que compartí inolvidables vivencias y de los que aprendí mucho. Artistas que
lucharon por sus ideas y libertades, que tenían en común un compromiso vital
avanzado y lograron impregnar su obra con arrolladora personalidad. Entrañables
amigos, en definitiva, muchos de los cuales, lamentablemente, partieron a un
viaje sin retorno. Pintores como Enrique Trullenque, Antonio Fortún, José
Enrique Reus, Víctor Mira, Ángel Maturén, o Vicente Pascual Rodrigo. Ceramistas como Francisco Fernández
Navarro y Andrés Galdeano, y otros activistas de diversas disciplinas como el
fotógrafo Javier Inés, los directores de cine Antonio Maenza y Antonio Artero,
el poeta José Antonio Rey del Corral, el escritor Ignacio Prat…!Brindo por ellos!
Rallo, Paco: «Espacios y actitudes. Jóvenes en busca de la libertad. 1968-1975», en el libro Zaragoza Rebelde. Movimientos sociales y antagonismos, 1975-2000, Colectivo Zaragoza Rebelde, 2009, pp. 487- 490.
Aún me acuerdo del portugués y sobre todo siempre me acordare de cuando entramos en un bar y se pidió un bocadillo de albóndigas. Me acuerdo por que fue la primera vez que le vi pedir a una persona un bocadillo de ese tipo, poniéndole una barra de pan y llenandoselo el camarero de albóndigas.
ResponderEliminarAntonio Rojo.