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domingo, 9 de diciembre de 2018

Dylan. Una elección audaz


Paco Rallo & Ángel DuertoBob Dylan, 2018. 
Collage y Fotografía.
Revista Crisis #13 junio 2018, pp. 29-30




Dylan. Una elección audaz 
Fernando Morlanes

Algunos hemos vivido con asombro el doloroso desgarro que, al parecer, produjo la decisión de la Academia sueca al conceder el Premio Nobel de Literatura del año 2016 a Bob Dylan. En España no fueron pocos los críticos, incluso autores renombrados, que pusieron el grito en el cielo: ¿Cómo podían ascender a la categoría de literatura unas letrillasde canciones folk, rock, ritmandblues o como quiera que pudiesen denominarse? 

Para mí, el problema no suele ser el nombre de las cosas, sino cómo son valoradas. Por ejemplo, igual que para Neruda existieron los “Poetas celestes”, pienso que también existen los “Críticos celestes”; gentes que colocan la palabra literatura en cimas casi inalcanzables. De hecho, totalmente inalcanzables para la mayoría de los mortales. Sin embargo, esa fijación en la luminosidad de los astros celestes parece que no les deja ver el objeto, la dirección concreta de la decisión de la Academia. Debieron leer con más detenimiento el discurso del profesor Horace Engdahl en la concesión del mencionado Premio, la justificación principal del mismo: «¿Qué causa los grandes cambios en el mundo de la literatura? A menudo es cuando alguien se apodera de una forma simple, pasada por alto, descontada como arte en el sentido superior, y la hace mutar». 

Entonces, hay que preguntarse ¿qué son esas formas simples? Son las raíces mismas de la literatura, las formas comunes para expresar cada clase de idea, de acto, de ocurrencia, de recuerdo... Ellos, tan intelectuales, debieran conocer la obra de Andre Jolles,Las formas simples. A esas formas las nombra Jolles como las que «se encuentran tan adheridas a la lengua, que parecen resistirse a la conciencia eterna de la lengua: a la escritura». 

Las formas simples nacen en momentos preliterarios guiadas por la necesidad de comunicarse, de contar sucesos, aventuras, anécdotas... cosas que tienen que ver con lo cotidiano, con lo real, con la necesidad de crear una cohesión social. Y para ello, se repiten fórmulas: hagiografías, mitos, leyendas, casos, sentencias, chistes, memorabile,märchen y perspectivas (según las clasica Jolles). Desde ahí, avanzando hacia las formas complejas del folclore oral: canción, cuento, romance, teatro... (formas que, en un principio, tenían más que ver con la facilidad que ofrecen para la reproducción de los mensajes que con la creatividad), se comienza a tejer esa complicada red que conforma el canon de la literatura moderna que, por lo visto, para un buen número de críticos y escritores (sobre todo los que pasan el día despotricando contra el canon) constituye la única literatura posible en este mundo occidental y civilizado. 

Para mostrar una visión actual, desde esa perspectiva, la Academia sueca tuvo que elegir a alguien (como en tantas otras ocasiones, cuando se elige a alguien quedan unos cuantos sin elegir), por eso, pienso que lo importante no es que el Nobel de Literatura fuese concedido a Dylan, sino que fuese concedido a esa nueva/ancestral forma de hacer literatura que puede encontrarse en gran cantidad de cantautores: Cohen, Brassens, Serrat, Aute, Sabina e incluso Labordeta. Y quiero pensar que, de algún modo, todos se sintieron premiados y que así lo quiso declarar Leonard Cohen cuando dijo algo así como que “El Premio Nobel a Dylan es como ponerle una medalla al Everest, a la montaña más alta”. Y tenemos intelectuales envidiosos de tanta altura, porque nadie como esos cantautores desde su música, sin llamarse poetas, han sabido difundir la poesía entre las masas en nuestra época; la época de las comunicaciones, de los grandes avances tecnológicos, en la que, sin embargo, todos esos grandes artistas literarios parecen regresar a la oralidad. 

En todo caso, podemos hacer un recorrido histórico por la poesía escrita para descubrir que ese lenguaje directo que encontramos en Dylan y en tantos otros, ya estaba en Cátulo, en Villón, incluso en Petrarca, en Berceo, en el Arcipreste de Hita y, si hablamos de Dylan y de nuestro tiempo ¿qué rasgos diferenciados podemos hallar entre la escritura de Dylan y la de Bukowski? 

Yo, personalmente, doy las gracias a la Academia sueca por su osadía al atreverse a otorgar ese premio. 



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